Desde las calles de la colonia El Milagro, Mixco una de las zonas más golpeadas por la violencia y la desigualdad, hasta el escenario internacional más prestigioso del fisicoculturismo: el guatemalteco Jorge Daniel Patzan volvió a desafiar las estadísticas y a demostrar que el origen no determina el destino.

Con un par de sandalias marca Chicote, las más sencillas y económicas del mercado —su sello personal y símbolo de humildad— Patzan recorrió más de 20 mil kilómetros y soportó 16 horas de vuelo para representar a Guatemala en el Campeonato Mundial de Fisicoculturismo IFBB en Arabia Saudita.

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Lo que parecía imposible para muchos, él lo volvió a hacer. Patzan se coronó campeón mundial por quinta vez en la categoría Classic Physique hasta 1.68 m, imponiéndose entre atletas de más de 15 países y brillando con una condición física impecable que arrancó aplausos y admiración del público internacional.

El logro, más allá del trofeo, es un mensaje poderoso. Patzan ha repetido en múltiples ocasiones que su disciplina nació en medio de limitaciones, que sus primeros entrenamientos los hizo con equipo improvisado y que su constancia fue el puente entre su realidad y sus sueños. Su historia es un recordatorio de que el talento crece donde hay esfuerzo, y que ningún obstáculo es suficiente cuando la voluntad es más grande que el miedo.

La delegación guatemalteca que lo acompañó, encabezada por el entrenador Rony Zamora y el presidente de la Federación Nacional de Fisicoculturismo, Naum Elías Rojas, también celebró importantes resultados. Los atletas Jonathan Martínez y Jorge Galeano obtuvieron tercer lugar en Games Classic y tercer lugar en Físico Clásico hasta 1.68 m, respectivamente, posicionando a Guatemala como una potencia en la competencia.

Pero el nombre que hoy inspira a miles es el de Patzan: un joven que salió de una comunidad de alto riesgo, que no tuvo lujos ni privilegios, pero que convirtió las carencias en carácter. Hoy, su figura viaja por el mundo para recordarnos que los sueños se construyen con disciplina, que la grandeza nace del esfuerzo diario y que ningún par de sandalias, por humildes que sean, puede impedir que un campeón llegue tan lejos como se lo proponga.

Jorge Daniel Patzan, orgullo guatemalteco. Un ejemplo vivo de que cuando la pasión es auténtica, la cuna no dicta el futuro.

Texto: Gustavo Bercian

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Por El Metropolitano

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